Diario El Jornal

LUISA CALCUMIL, la hija del culchrun y la guitarra
Habla despacio y pausado, como la gente de campo, como el que sabe que no hace falta gritar para que lo respeten. Y eso se puede palpar durante los es-pectáculos cuando su voz se alza (por entre las cientos de personas que la reciben) hablando en «len-gua», interpretando un tahil sin más acompañamiento que la leta-nía del cultrum.
Parece tener algo de «machi» y es posible que de cierta forma lo sea. Cierto es que esta Luisa Calcumil no cura con hierbas, pero como las antiguas machis tiene esa capacidad para hacerlo con la palabra. Porque, ¿qué otro sentido más excelso hay en un hecho artístico que el de juntar esas cosas sueltas que nos andan dando vueltas en el alma?.
Y si es de juntar retazos, cosas sueltas, sabe mucho esta mapu-che, rionegrina y andadora in-canzable de los caminos del sur, que a los 50 años dice que toda-vía no sabe como se metió en es-to del teatro.

(Son casi las tres de la mañana cuando me recibe. Su espectáculo había terminado hacía una hora, que se le pasó firmando autógrafos, dando entrevistas y hablando en lengua con los tantos paisanos que se acercaron a saludarla. Se sienta y me pide que haga lo mismo. A su la-do la infatigable Lilian, con un amor que parece no caber en su pequeño cuerpo, le pide que se abrigue que afuera está por llover).

«Todavía no se como me inicié en esto» dice y recuerda que hace muchos años, como treinta, hizo mucho teatro pero «nada llegaba a representarme, a sentir-me, a completar mi instrumento» aclara. «Sentí que faltaban mu-chas cosas, por lo menos desde el lado al que yo pertenecía. Y entonces fue por esta necesidad que asumí un rol que tiene que ver con la dramaturgia y la ex-presión» agrega.

(Me mira de frente, con mirada tranquila y firme, mientras sus ma-nos juegan con los pliegues de su largo vestido. Se miras las manos, me mira y continúa hablando. Le pregunto algo del espectáculo y me frena).

«Yo no lo llamaría espectáculo. Toda vez que ahora se hace un








espectáculo de todo, especial-mente de los hechos dolorosos y trágicos. Creo que lo mío son ex-presiones artísticas sentidas. Ex-presiones que tienen un alcance. Hasta donde yo puedo, lo máxi-mo» dice y pone un ejemplo: «Llego primero y ayudo a aco-modar las luces, ver el sonido, la imagen. Porque toda ocasión es importante, ya sea en un gran teatro, en una escuela o el medio del campo».

(Lo dice con naturalidad y se nota que no quiere sacar patente de tra-bajadora sacrificada. Se nota que es su forma de ser. Hablamos del respe-to, que «es una respuesta que se construye entre todos» y hablamos también del respeto a lo mapuche y que las cosas están cambiando).

«No tan rápido como a nosotros nos gustaría, pero va cambiando. Nosotros somos mapuches y te-nemos cosas puntuales que res-catar, que revisar. El resto está también de la parte de la socie-dad que tiene que restaurar el respeto y la dignidad para todos. Pero vamos adelante. Vamos, si-no no tendría voluntad ni ánimo para seguir».

(Pienso que debe ser difícil seguir este camino para quien nunca cam-bió el Sur por las luces de la ciudad grande que todo lo absorbe y tritura. Asiento cuando me dice lo difícil que ha sido vencer «la triple dificultad de ser mujer, mapuche y artista» en tiempos mucho más intolerantes que estos que corren. Aunque éstos, por otras razones, también sean com-plicados sin duda).

«Estamos en una etapa muy di-fícil todos los argentinos y ade-más la crisis cultural es univer-sal. Pero así como hay crisis, jus-tamente es cuando aparecen ex-presiones contundentes que se niegan a la mediocridad, que nie-gan el vaciamiento cultural. En-tonces aparece una pasión, y apa-recen aspectos que nos dicen que hay un pueblo sensible. Que hay un pueblo que no va a permitir








que le vacíen la cabeza y el cora-zón. Que nos dejen sin memo-ria».

Luisa Calcumil camina sobre terreno conocido. Sabe mucho de la memoria porque trabaja con ella. Toda su obra es un per-manente paseo por el tiempo. Por esas cosas, olvidadas quizás, pero que están siempre vivas dentro de sus paisanos, de nues-tra gente. Por eso las cuenta con
naturalidad, no como quien se pone ropa prestada para subir a un escenario.
La acción de actuar o de cantar, en Luisa no tiene el mismo sig-nificado que para otros cultores del acervo de este Sur. En ella no hay imposiciones estéticas o na-cionalistas sobre el «ser» pata-gónico. No las necesita, por cier-to, dado que ella «es» patagónica y paisana (con mayúscula). Así sus obras no tienen más ropa que la de la gente del campo («por-que no les voy a dar el gusto –a los poderosos- de ser tratada co-mo algo excepcional» dijo hace un tiempo). Por eso no extraña cuando en su espectáculo habla mitad en lengua y mitad en cas-tellano, o cuando canta una cue-ca, una milonga o un chamamé. Porque todos estos ritmos están metidos en la piel de todos los paisanos, aunque no sean ente-ramente «patagónicos» por defi-nición.















(NOTA DIARIO EL JORNAL DE TRELEW)

(Luisa Calcumil termina de abri-garse mientras la madrugada avanza y en el gimnasio de la escuela se em-pieza a sentir el frío. Acaricia su sombrero cuando una admiradora retrasada nos pide permiso y le a-cerca un cassette con sus temas para que se lo autografíe y, con la sim-plesa de la gente simple, cuenta que eran los últimos diez pesos, pero que valían la pena gastarlos en ella, la actriz vuelve a la realidad a esta no-ta, con los ojos emocionados. En-tonces me habla del campo).

«Hoy la gente que piensa no es-tá solo detrás de una compu-tadora. Está también en el cam-po, viendo en cómo se las arregla para vivir sin nada, sin ningún subsidio, sin ningún valor para el trabajo del campo y muchas ve-ces sin la tierra. Ellos también son los hacedores de esto».

(Hace más de media hora que em-pezamos la nota y Lilian, su pro-ductora, como pequeña mariposa nocturna sigue –infatigable como siempre- cargando cosas y ahora di-ciendo que empezó a lloviznar. Me despido y me enfrento al frío de la noche. «L.J. Lo juimo» murmuro pa-ra mis adentros. Pienso que Luisa se sonreiría).

Alfredo Giménez

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